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lunes, 1 de octubre de 2007

Un Historiador Con Historia


Jaime González Colville: 40 años de investigación.


González Colville sigue llegando a a la Biblioteca Nacional, investigando con renovados temas y con propósitos que nunca se extinguen.

El Departamento “Referencias Críticas” fue creado en 1967, por el entonces director de la Biblioteca Nacional, Roque Esteban Scarpa. En un principio, tuvo dos líneas de trabajo: "recoger todo lo que acerca de la obra y personalidad de los escritores chilenos vaya apareciendo en la prensa nacional y fichar revistas del pasado". A partir de 1975 se preocupa, además, de registrar los artículos sobre escritores iberoamericanos y españoles. Aprovechando el Depósito Legal, esta Sección recibe las publicaciones periódicas -revistas, periódicos y diarios- de todo el país. Desde estos, rescata entrevistas, comentarios de libros, biografías y artículos de cualquier otra índole relacionados con los escritores antes mencionados.

A esta oficina, llegó una mañana de noviembre de 1967 Jaime González Colville. Era alumno del último año de humanidades del Liceo de Hombres de Linares. Veinteañero que, concluidas sus amplias lecturas escolares, decidió tomar el tren en la estación de su Villa Alegre natal para intentar abrirse un camino propio en la investigación en la capital. En la oficina éramos Justo Alarcón, María Elena Ruiz Tagle y quien escribe. Si deseamos precisar datos, González Colville hizo la primera boleta de solicitud de un libro el lunes inicial de noviembre de ese año y pidió “La Aurora” un periódico publicado en su comuna. Entonces, conversamos de sus afanes, de su intento desesperado por crear un espacio a las investigaciones regionales en el Maule. Nos dijo que nada en su zona le permitía acceder a ese objetivo. Ni archivos, ni bibliotecas. Nada.

No conocía Santiago y le ayudamos a ubicar calles y direcciones. Quería conversar con la viuda de Mariano Latorre que aún vivía, también con la del poeta Carlos Acuña y, además, hurgar entre tumbas del Cementerio General e intentar declarar un serie de Monumentos Históricos de su tierra; llevarse los restos de maulinos; escribir la historia de Villa Alegre; buscar indicios de un antiguo ferrocarril; en fin, hacer todo lo que en el futuro lograría. Así conversamos ese lunes lejano de 1967 y lo seguimos haciendo en su siguiente venida. Entonces, sembramos una amistad cada vez más sólida. A menudo nos traía el vino generoso del Maule.

Nuestra oficina fue lugar de acogida y hospitalidad de multitud de escritores: Oreste Plath, Juan Uribe-Echevarria, los poetas Juan Florit, Pedro Lastra, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Enrique Lihn y muchos otros; y los narradores Poli Délano, Ramón Díaz Eterovic, Francisco Rivas, Rainaldo Marchant y tantos más. González Colville se hizo amigo de todos. Largas tertulias en la Biblioteca daban vida al lugar. Más extensas conversaciones con Oreste, nuestro afecto y recuerdo más cercano. Vimos llegar y desaparecer a muchos en estos años. Hoy están aquí, como fantasmas sonrientes, mientras escribo estas líneas.

González Colville sacó siempre provecho (y lo sigue haciendo) a cada minuto de sus viajes. Puede estar horas y horas recogiendo datos, sin dar muestras de agotamiento. Su capacidad de retención y su conocimiento de infinitas obras hacen fácil su tarea. Así surgieron las historias de Villa Alegre, la vida de Carlos Acuña, sus trabajos sobre Mariano Latorre (es uno de los escritores que más sabe sobre este autor) o sus temas históricos sobre la Batalla de Yerbas Buenas, Loncomilla, los tripulantes de la Esmeralda, o las monografías en torno a las comunas de Retiro, Parral, San Javier, el Abate Molina, Neruda y el Maule, en todos siempre ha tenido palabras de amistad para nuestra ayuda. Y sin cesar, sigue dándole monumentos históricos a Villa Alegre y al Maule, y en sus brazos han vuelto los restos de Mariano Latorre, Valentín Letelier, Max Jara, Malaquías Concha, Guillermo Blest Gana, Federico Gana, en fin.
Y los reconocimientos para él llegaron: premios en los juegos literarios Gabriela Mistral, en el Instituto Histórico de Chile, en la propia Biblioteca Nacional al cumplir 180 años de vida, la medalla presidencial por su obra “Neruda y el Maule” en el 2004, etc. En 1996, la exigente Academia Chilena de la Historia le ofreció un sillón de por vida en su seno. Era la culminación de una existencia dedicada como pocas a la investigación. El primero de su pueblo en acceder a ese sitial, que, quizás por mucho tiempo no volverá a repetirse. Galardones que los hemos sentido nuestros, porque González Colville es parte de toda la vida de esta biblioteca – por la se pasea como en su casa - y, particularmente, de nuestra oficina.

Hubo mucha pena cuando se nos murió Oreste Plath. También jubiló merecidamente Justo Alarcón. Medio en serio y en broma González me dice: “Sólo quedas tú…”. Mas, también se ha vivido, a mediodía almorzamos en picadas o lugares típicos, con Oreste, con Justo: cazuelas, pastel de choclo, empanadas, un tinto, en el desaparecido “Tuñin” en los locales de Santa Rosa, por Vivaceta y Recoleta abajo, degustando lo criollo, comentando la vida que pasa.

Y como la vida continúa, en el verano llegó su hijo Jaime Andrés, flamante estudiante de periodismo, a hacer su práctica en la Biblioteca Nacional. Como su padre, pronto soltó su timidez provinciana y se empapó de nuestra cultura. Fue huésped de mi hogar y retornó al suyo, estoy cierto, enamorado de Santiago. Mientras escribo estas líneas, la revista “Patrimonio Cultural”, órgano de la DIBAM, publica su primer artículo de muchacho periodista.

Hoy, González Colville sigue llegando a a la Biblioteca Nacional, investigando con renovados temas y con propósitos que nunca se extinguen. De entrada, un abrazo y su frase clásica: “Estoy en diarios chilenos” o en el “Salón de Investigadores”. A la una de la tarde, un instante para degustar algún guiso y conversar; lo que hemos hecho por cuatro décadas. Tenemos temas y temas para mucho más.

Por: Juan Camilo Lorca. Departamento “Referencias Críticas”, Biblioteca Nacional de Chile.

Solo decir que este señor tiene mis respetos por la gran persona que es y la labor que realiza , son de las personas que la mayoría de los mortales ignora o simplemente les molesta que sepan mas que ellos .Hace años siendo yo un niño fuimos hasta su casa con mi hermano mayor a realizar una tarea de colegio fue una tarde de invierno tocamos su puerta y nos atendió el historiador pipa en mano y un libro gigante en la otra , no dudo en ayudar a mi hermano yo quede asombrado de tanto libro en una casa desde ahí supe que el hombre era un tremendo historiador ,saludos don Jaime.

Theo.

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