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viernes, 9 de noviembre de 2007

JULIO MARTÍNEZ


Jota Eme: La metáfora del fútbol

Su nombre sabe a corazón. Literatura del deporte, fantasía de gol, éxtasis de triunfo. Vive bajo la marquesina, con el recorte de la precordillera como escenografía. Juglar del Estadio Nacional. Proveedor de adjetivos durante medio siglo. Para Enrique "Cua Cua" Hormazábal, el zurdo Leonel Sánchez, "Chamaco" Valdés, Carlos Caszely en el antaño. Hoy, Iván Zamorano y Marcelo Salas, estrellas del supermercado futbolístico. Romántico, nostálgico, sentimental. Julio Martínez escribe con letra de tango. Arrebatado por el temblor del sentimiento, atrapado en las metáforas del instante. Prosista de fin de semana, renunció permanentemente al sosiego hogareño. Testigo de la jabalina desgarradora del cielo de Marlene Ahrens en Melbourne. De las sutilezas de Godfrey Stevens en noches de boxeo del Caupolicán, en San Diego, la calle que siempre supo amar. De los impulsos de matoncillo de barrio de Martín Vargas. De los gritos enredados en la memoria por el tercer lugar de la Selección Chilena en el Mundial de 1962. Jota Eme es patrimonio nacional. Cantor de goles junto al Morro de Arica, ciudad que le quita su excelencia al mar. Proclamador de La Serena y su artificiosa arquitectura colonial y reproductor de la magia de sus campaniles. El mejor rastreador del Santiago de anteayer y hoy. Con él bebimos de madrugada en el Nuria, en la esquina de Agustinas y Mac Iver. Rescatamos la voz inatajable de Tito Mundt, periodista embriagado y embriagador hasta el salto final. Lo acompañamos a Il Bosco, restaurante y escuela de Periodismo bohemia y nocherniega en la Alameda. Lloramos a Luis Alberto Gasc, su compadre y subjefe en "Las Últimas Noticias", cuando un auto desbarrado lo mató en la meta de Las Vizcachas, donde buscaba la información que jamás pudo escribir. Lo sentimos en la musiquilla de las teclas de su pretérita Underwood en el evocado edificio de Compañía y Morandé, construido para la tertulia, el coloquio y el amor. En la infancia nos hizo llorar en el traspatio de la casa puentealtina, con sus voces de lágrimas en la noche de Navidad. Un regalo de lirismo, telúrico, sincero, sacado de las cuerdas de un violín. Protagonista de anécdotas. Admirado por bomberos y militantes de la Cruz Roja. Deportistas de canchas de tierra y jubilados de plazas de provincia. Madre solitarias y abandonadas, niños cargados de ilusiones y ensueños, vagabundos desnutridos y abogados solemnes. Conoce la idiosincrasia de una casa de Iquique, algo calcinada bajo el sol festival, otra hecha de latón y cartones en La Pintana, una hundida en el hielo de la Antártida. Su palabra es compañía y bálsamo. Justicia para el que tiene esperanzas, lozanía para el que se deslumbra con sus juicios y recuerdos. Lo seguí en mi avidez de niño. Me llevó a la ficción de los clásicos universitarias, ingenuos y policolores, con Rodolfo Soto y Germán Bécker. A los arcos de Ñuñoa, a los personajes populares de Santa Laura, a la barra estruendosa del Monumental o a la vecindad pulcra de San Carlos de Apoquindo. A conversaciones de la mesa del café Santos, a tardes de teatro con Américo Vargas y Lucho Córdoba. A cumbias de la Huambaly. A sus madrugadas entre carillas, entregadas con pasión a la linotipia casi ardiente. Premio Nacional de Periodismo y Embotelladora Andina. Tantos. Todos merecidos, algo insólito en un país de cómplices y complacientes. Trinidad eterna de diario, radio y televisión. Su grito en Arica es fuego y convocatoria, ejemplo y sinceridad, alma nacional y repaso de días queridos: "¡Justicia divina! ¡Justicia divina!" Como en la canción de Violeta, errante de nuestra geografía, "Gracias a la vida". Porque lo conocí como su lector y auditor. Porque fue mi primer jefe y yo su sucesor. Porque es maestro de la vida cotidiana. Porque es mi amigo.

II

Julio Martínez está en los archivos de la CIA. Cierto. Compañero, Independiente, Amigo. Lea las primeras letras y lo confirmará. Un agente superficial e imaginativo, de libreta deshojada, con su inglés confuso por el olorcillo a whisky de un hotel céntrico, incluyó su nombre. Con más irresponsabilidad y frescura que el protagonista de "Nuestro hombre en La Habana", obra de Graham Greene, anotó que el comentarista deportivo más popular de Chile estuvo en Perú el 23 de noviembre de 1973, "para procurar apoyo del Apra para la causa izquierdista". Doy fe: a Jota Eme le gusta la izquierda. ¡La de Leonel Sánchez! Mago del vocablo dominical, carrusel de emociones en los estadios, dibujante del sentimiento callejero, siempre alaba al jugador más destacado de la Universidad de Chile. ¡Qué pasión por esa izquierda! El martes 13, cuando un tiro libre de Sierra derivó en el cabezazo de Zamorano y gol, él evocó a Leonel y Carlos Campos. En 1973, yo trabajaba con Julio Martínez. En Perú, él tenía contactos muy peligrosos para Chile. Especialmente Chumpitaz, Cubillas y Oblitas, quienes a veces apelaban a la izquierda para poner en peligro a nuestros compatriotas... ¡Qué fanatismo! El ingenuo y torpe agente de la CIA no alcanzó a registrar su admiración por otras dos izquierdas que causaban terror: Juan Carlos Orellana, el "Cañoncito de Barrancas", de Colo Colo, y Jorge "Mortero" Aravena, hoy director técnico de Santiago Morning. ¿Archivos o chivas? ¿En qué gastó sus dólares, sustraídos del impuesto público, el investigador de la Central que ayudó a derribar a Allende? ¿Es confiable aún o tuvo misiones en Medio Oriente e Irán, por ejemplo? ¿Tienen el mismo rigor todos los documentos que la embajada de Estados Unidos entregó a la Biblioteca Nacional? Martínez no tiene la mancilla de la inhibición política, la militancia restrictiva ni el prejuicio desfavorecedor. Su gobierno exclusivo es el de la amistocracia. Gentil con el estudiante atrapado por la musiquilla verbal de sus programas radiales. Cordial en la histórica mesa del café Santos, con multitud de contertulios en tardes festivas y plurales. Apóstol del fútbol, ha renunciado medio siglo a la mesa familiar, al domingo en el claustro hogareño, al sábado en la noche en la vecindad de sus amados. Intérprete de compadres de la esquina y de quienes cantan tangos arrabaleros. Artista del discurso de aniversario, inevitable en los epílogos en el cementerio y en escasas horas de triunfos deportivos. Memorialista de teatros santiaguinos. Adhiero a él en esta hora de lodo y mentira. Traigo la voz del nortino que rescata historia patria en el Morro de Arica. Del obrero de Chuquicamata que se congela en el fondo de la mina. Del cargador de barcos que proclama una palabra rebelde y casi inédita en Valparaíso: puertazo. Del rancagüino que a ratos tiene el decir leve del poeta Óscar Castro o el áspero y denunciador de Baltazar Castro. De la mapuche golpeadora de su Temuco natal, armada en libertad junto a montañas y copihues. De los cuidadores de bosques aledaños a Valdivia y Osorno. De la lavandera de Castro, quien restriega su ropa mientras burdos pescadores llegan en las balsas con salmones y picorocos. Del marino solitario que en Navidad escucha sus mensajes estremecedores en la Antártida. De lectores, auditores y televidentes que celebraron su Premio Nacional de Periodismo. Del Chile que lloró en la clausura de la Teletón con su mensaje de ternura y emoción. Es la solidaridad de inmigrantes exiliados en el Winnipeg, que cambiaron el tono imperativo de Franco por sus delirios de gol en el estadio Santa Laura. De los que recitan las gracias de Honorino Landa y Pancho Fernández. De bomberos de barrios populares, consagrados al servicio y la vocación. De albañiles y mujeres de la Cruz Roja que escuchan sus comentarios. De madres que proclaman su verso tradicional, su compostura ética y su equilibrio en las instancias de fuego y arrebato. De quienes sabemos todas sus metáforas e imágenes construidas en bondad y mesura. Julio: quienes fuimos sus seguidores desde los patios de un colegio puentealtino, sus compañeros de 30 años y sus amigos de siempre, sabemos que usted es el gran "espía" de Chile. Sí. Nadie ha penetrado tan hondo en el corazón de las multitudes. Pocos conocen tanto el alma nacional. Usted desentraña los secretillos de nuestra idiosincrasia, entra en las casas como uno más de la familia. No se quebrante con infamias episódicas. Me constan su afición democrática, su respeto a la diversidad, su voto autónomo. En este minuto de adhesión, dos anécdotas de colegas de largo tránsito profesional. En los ardores de la Unidad Popular, los extremos bullían en acusaciones inválidas. Luis Sánchez Latorre -proclamador de la libertad- fue catalogado de agente de la multinacional ITT. Desde un semanario de barricada se aseguró que esa empresa le financiaba sus mordaces columnas. El escritor y articulista lo desmintió. Él pagaba sagradamente su cuenta de teléfonos. Y en esa época, todos esos aparatos pertenecían a la ITT. Era al revés. Otra: entonces el periodista Julio Abarzúa Abarca viajó a Estados Unidos, invitado por la Fundación Ford. Con fiebre ideológica, se dijo que le habían regalado un automóvil. Publiqué una fotografía de él con el obsequio en sus manos: era un juguete, un modelo a escala. Perdónelos, Julio Martínez. Son los fanatismos desechables. Quédese con los suyos: fútbol, tango, conversación, periodismo. Amigos. Simplemente la vida. La bella.

*Enrique Ramírez Capello

Theo.


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