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miércoles, 14 de noviembre de 2007

Las Fiestas de la Primavera de antaño


Se han perdido en el tiempo las alegres comparsas con que la juventud de hace 40 y más años, salían a recibir la primavera, coronando a una reina adolescente, proclamando su belleza e inundando las calles de alegría, color y vida.

Hemos leído que, en algunas comunas, se intenta revivir a las fiestas de la primavera. Nunca imaginó don Valentín Letelier, rector de la Universidad de Chile en 1907 que, al fundar la Federación de Estudiantes – hace una centuria -, iba a establecer, además, una tradición, a partir de 1910, que, durante gran parte del siglo XX, hizo vibrar, reír y luchar a la juventud, quienes, abrían la puerta a la estación de las flores con una actividad que se mantendría en el tiempo y se extendería por Chile con el nombre de Fiesta de la Primavera.

Pero no solo se ungieron soberanas, también emergieron poetas que lograron fama al obtener el primer lugar del certamen denominado Canto a la Reina, donde un admirador, debía ensalzar la belleza de la joven monarca.

Todos competían. Todos escribían poemas rimbombantes, elocuentes, plenos de inspiración para la dama que los oiría. Era un canto a la juventud, también a la vida, al renacer de los colores en la naturaleza.

Las jóvenes de familias acomodadas, las más distinguidas de cada sociedad, santiaguina, talquina o cauquenina, o de pueblos pequeños como Villa Alegre o San Javier, salían a buscar su corona con fervor y entusiasmo. Se luchaba y se ganaban votos en buena lid. Eran elecciones apasionadas, donde también se integraban con similar pasión los adultos. Todos eran parte de las comisiones de los votos, de la velada bufa, del baile de honor, de las comparsas, de los disfraces.

Se competía en ingenio, buen gusto, alegría y creatividad.

Las fiestas y Neruda

Santiago dio la pauta en 1915. Se sabe de fiestas anteriores, pero a partir de ese año la costumbre será imitada en todo el país. De pronto la juventud sin voz y sin actitud, adquiere presencia, fuerza, estilo y espacio. En 1917 es poeta laureado Raimundo Echevarria Larrazabal, que será luego integrante de la bohemia banda de Neruda. En 1919 gana Roberto Meza Fuentes, un año después llega a Santiago el joven Neftali Reyes quien hace suyo el cetro en 1921 con su “Canción de Fiesta”, que le sube un peldaño más hacia la fama.

Pero Neruda no era un novato en esta lid: en 1919, ha logrado el tercer lugar en las fiestas de Cauquenes. No puede concurrir a leer sus versos (vive en Temuco) los que son declamados por un alumno del liceo local. La soberana es Marina Pinochet Campos, una bella joven de dieciocho años, pariente de quien, cincuenta y cuatro años más tarde, ocupará violentamente la atención del poeta: Augusto Pinochet.

Talca no se ha quedado atrás: en 1917 el Dr. Francisco Hederra Concha, desde los aristócratas salones del Club Talca, entusiasma a los vecinos para celebrar estos festejos. La sociedad talquina acepta incorporarse. La reina es Malva Donoso y le secunda una gentil corte de amor. Como Talca no hace cosas a medias, las fiestas ocupan una página de la mítica revista Zig Zag. Todo un acierto para la época.

Gustavo Campaña, con música de Javier Rengifo compone una canción, por los años treinta, que será el himno de la muchachada de varias generaciones: “Cascabel, de dulce y claro tintinear:/el corazón nos va diciendo/ que hay en toda promesa/ una azul y luminosa realidad/” // “Que se vuelvan las almas joviales/ y que surja en las sombras la luz/ y que al ritmo de este canto/bajo el cielo claro y azul/ triunfe el sueño de la juventud/”.

El ansiado trono

En 1927, la hermosa jovencita talquina, Amelia Clavé – que impone la audaz moda de su pelo corto y el aire desafiante con que aparece en las fotografías - enfervoriza las calles de la quieta ciudad con su corso de flores, guirnaldas y disfraces.

Las comparsas primaverales siguen llegando a los quietos pueblos: veinte años más tarde se celebran con singular entusiasmo en Villa Alegre. En 1945 doña María Bazán del Campo se ciñe la radiante corona, en medio de una elegante corte de bellas princesas vestidas de armiño y sedas blancas.

En 1949 la villa de los naranjos se deslumbra con Alicia García González (en la fotografía de este artículo) que se inmortaliza en una fotografía donde brillan la femineidad, la coquetería y la viveza de la juventud. Hoy, solo sobreviven dos o tres integrantes de esa “corte angelical” como destacaban los titulares de la prensa de entonces.

En Linares se elige a la aún adolescente Lila Castro Sánchez, cuyos ojos verdes relampaguean en su trono.

En esta última ciudad ocurre un acontecimiento propio de un cuento kafkaiano: una agraciada niña, que fue ungida reina, sintió que su belleza no era digna de los pretendientes locales y aguardó, por años, al príncipe azul que la desposaría. La vimos, por las calles – en sus últimos años - envejecida y solitaria, llevando la pena de su espera sin final.

Suma y sigue: en los años cincuenta, en la capital, la candidatura de una linda morena, Natacha Méndez, enfrenta a los santiaguinos en una lúdica, afiebrada, pero carente de rencores, pugna por la corona. La disputa tiene los caracteres de una verdadera elección presidencial El triunfo de los “natachistas” llena las calles de jolgorio, música y comparsas. Los recuerdos de ese legendario reinado, persistirán durante mucho tiempo.

Pero la fiesta se fue desperfilando a medida que la política ocupaba espacios. En los años setenta las competencias eran entre candidaturas “de derecha e izquierda”, con verdaderos enfrentamientos a golpes. No faltaban políticos que, en busca de votos, se encaramaban a un escenario para proclamar a alguna soberana. Y si antes las jóvenes contrincantes integraban la corte de la ganadora, en la últimas fiesta primaverales de Villa Alegre, el 2004, las perdedoras intentaron apedrear la casa del alcalde.

Escrito por Jaime González Colville


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